La Pascua, también conocida como Pascua de Resurrección, representa para el cristianismo la fiesta más relevante del año litúrgico. Es el punto culminante de un proceso espiritual que se inicia con la Cuaresma y se intensifica en los días de la Semana Santa. En ella, los fieles conmemoran un hecho que constituye el eje de su fe: la resurrección de Jesús al tercer día de haber sido crucificado, tal como narran los evangelios canónicos.
La festividad tiene lugar cada año, pero no está sujeta al calendario civil. Se celebra el primer domingo posterior a la luna llena después del equinoccio de primavera en el hemisferio norte, lo que hace que su fecha sea móvil y oscile entre el 22 de marzo y el 25 de abril. Esta regla fue establecida en el Primer Concilio de Nicea, en el año 325. Posteriormente, Dionisio el Exiguo convenció a Roma de fijar el equinoccio eclesiástico el 21 de marzo, en lugar del equinoccio astronómico variable entre el 20 y el 21.
El modo en que se determina esta fecha ha dado lugar a diferencias entre las Iglesias de Oriente y Occidente. Mientras la Iglesia católica y la mayoría de las denominaciones protestantes utilizan el calendario gregoriano, las Iglesias ortodoxas se rigen por el calendario juliano. Como consecuencia, la Pascua ortodoxa puede celebrarse entre el 4 de abril y el 8 de mayo, y en ocasiones coincide con la cristiana occidental, aunque en otras difiere notablemente.
La palabra “Pascua” procede del hebreo pésaj, que significa “paso”. En el contexto judío, esta palabra recuerda el momento en que, según la tradición bíblica, Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, guiándolo por Moisés a través del Mar Rojo hacia la Tierra Prometida. La fiesta judía de Pésaj conmemora ese acontecimiento, y tiene lugar el 14 del mes de Nisán, el primero del calendario hebreo, que coincide con la primera luna llena después del equinoccio.
Para los cristianos, ese “paso” adquiere un significado nuevo: es el tránsito de Cristo de la muerte a la vida. Es decir, el momento en que Jesús resucita tras su crucifixión, no solo como victoria sobre la muerte sino también como señal de la redención de los pecados. El apóstol Pablo define esta dimensión espiritual con una afirmación que sintetiza el núcleo de la doctrina cristiana: “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad”.
Esta relación entre las dos Pascuas —la judía y la cristiana— no es solo semántica. Jesús, como judío, participó de la Pésaj con sus discípulos. La Última Cena fue precisamente una cena pascual celebrada al anochecer del 14 de Nisán, coincidiendo con la tradición hebrea del cordero pascual. Para los cristianos, esa cena adquiere un sentido profético: anticipa el sacrificio en la cruz. La resurrección, que tiene lugar el domingo 17 de Nisán, es el acontecimiento fundante que transforma la Pascua en la fiesta más importante del cristianismo.
Durante los primeros siglos del cristianismo, las comunidades celebraban la Pascua coincidiendo con el calendario hebreo. Fue el Concilio de Nicea el que rompió esta sincronía, determinando que no debía coincidir con la Pascua judía ni celebrarse más de una vez por año. Esta decisión respondió a la necesidad de unificar los criterios en el marco del Imperio romano, evitando disputas litúrgicas entre las distintas regiones.
Desde entonces, la Pascua cristiana pasó a celebrarse siempre en domingo, día en que los evangelios sitúan la resurrección de Jesús. Para que no coincidiera con la festividad judía, se adoptó el sistema basado en el equinoccio eclesiástico y el primer plenilunio de primavera. Así, se mantenía el carácter lunar del origen hebreo, pero con un enfoque cristiano centrado en la resurrección dominical.
La liturgia de la Pascua comienza con la celebración de la Vigilia Pascual en la noche del Sábado Santo. Esta ceremonia está estructurada en cuatro partes: el lucernario, la liturgia de la palabra, la liturgia bautismal y la liturgia eucarística. La vigilia se abre con la bendición del fuego y el encendido del cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado. Luego se proclama el pregón pascual, también conocido como Exultet, una antigua pieza litúrgica atribuida a san Ambrosio de Milán.
La segunda parte de la Vigilia incluye una serie de lecturas del Antiguo Testamento, que recorren los principales hitos de la historia de la salvación: desde la creación hasta la promesa del Mesías. El relato de la resurrección de Jesús marca el punto culminante, que se celebra con alegría, campanas, luces y cantos de alabanza como el Gloria y el Aleluya.
La tercera parte, la liturgia bautismal, recuerda que la Pascua es también el momento propicio para el bautismo de los nuevos fieles. En muchas iglesias se realiza la renovación de las promesas bautismales y se rocía a la congregación con agua bendita. Finalmente, la eucaristía clausura la Vigilia con la celebración del sacrificio pascual, en el que se conmemora la muerte y resurrección de Cristo.
El Domingo de Pascua continúa con la misa solemne, que se celebra al amanecer o durante la mañana, con gran esplendor y elementos festivos. En muchos templos se suman a la liturgia instrumentos musicales, coros, incienso y decoraciones florales. Esta misa marca el inicio del Tiempo pascual, que se extiende durante cincuenta días hasta la celebración de Pentecostés.
La Pascua también está rodeada de costumbres y expresiones culturales que varían según los países. En España, por ejemplo, se realizan procesiones en las que las imágenes de Cristo Resucitado y la Virgen se encuentran en un momento simbólico de júbilo. En Polonia, se celebra la Rezurekcja, una procesión matinal acompañada de campanas y petardos, seguida por la misa de Resurrección.
En Filipinas, país de mayoría católica, se lleva a cabo una emotiva ceremonia llamada Pasko ng Pagkabuhay Muling. Grandes estatuas de Jesús y María se trasladan en procesión hasta encontrarse en una escena que representa el reencuentro entre madre e hijo. Esta celebración, que comienza al amanecer, culmina con una misa de Pascua repleta de júbilo.
Otro elemento ampliamente difundido en el mundo occidental es el huevo de Pascua. Asociado con la fertilidad y la renovación, este símbolo se vincula a la llegada de la primavera. En muchos países se intercambian huevos decorados, de azúcar o de chocolate. En las Iglesias ortodoxas es común el uso de huevos rojos, que evocan la sangre de Cristo. En Polonia y Ucrania se desarrollan técnicas artísticas sobre la cáscara, que transforman los huevos en verdaderas obras decorativas.
La Pascua, además de ser una conmemoración histórica y religiosa, implica para el cristiano una renovación interior. El mensaje de la resurrección va más allá de un acontecimiento puntual: llama a los fieles a vivir una vida nueva, libre del pecado y orientada hacia la verdad. Como señala Pablo en su carta a los Corintios: “Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura”.
Este significado se refuerza en la predicación litúrgica y en la catequesis que acompaña la Pascua. La resurrección es testimonio del triunfo del bien sobre el mal, de la esperanza sobre la desesperanza. Según el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central”.
Así, el Tiempo pascual se convierte en un período de meditación, gratitud y compromiso. Los evangelios de este ciclo litúrgico profundizan en las apariciones de Jesús resucitado, su relación con los discípulos, y la promesa de enviar el Espíritu Santo. La Ascensión del Señor, celebrada cuarenta días después, y Pentecostés, al quincuagésimo día, marcan el cierre de este tiempo de gracia.
En definitiva, la Pascua cristiana constituye mucho más que una fiesta religiosa. Es un punto de encuentro entre la historia y la fe, entre la tradición y la renovación espiritual. Su raíz se hunde en el relato del Éxodo, pero florece en el testimonio de la resurrección. Desde la liturgia solemne hasta las costumbres populares, desde las lecturas bíblicas hasta las expresiones culturales, todo en ella remite a la transformación y al renacer. Porque, como lo expresó el papa Benedicto XVI, “La Pascua es la fiesta más importante para los cristianos porque da nuevo sentido a la vida”.